2 de mayo de 2018
Hace 4 años emprendimos este viaje: vía CDG-París > José Martí – La Habana > Tungasuk. ¡Hoy estamos de aniversario!
Una fecha como hoy conmemoramos la construcción de un proyecto juntos, enfrentando nuestros miedos, dudas e incertidumbre, pero también disfrutando de muchos momentos de alegría explosiva y de crecimiento individual.
Es desde aquí, desde este nuestro pequeño refugio, nuestra isla dentro de esta hermosa isla, nuestro sueño de un mundo un poco más justo, solidario y sostenible; nuestro proyecto que fue tomando forma a medida que avanzábamos, limpiando, chapeando, sembrando… que estoy llegando al inicio de mis casi 30 vueltas al sol.
Ha sido aquí donde entendí y sigo aprendiendo que existen otras propuestas de vida y trabajo, de economía y política, más allá de las tradicionales o convencionales.
Donde leí que el ecofeminismo es la convergencia de la ecología y el feminismo, que la marginación de las mujeres y la destrucción de la biodiversidad son procesos coadyuvantes, y por ende, que el ecofeminismo me gusta como apuesta de vida hacia una sociedad más duradera.
Donde escuché por primera vez hablar de sororidad y escuché en un audio de Marcela Lagarde la palabra “sorecer”: sororidad + florecer, y se me pone la piel de gallina al recordar las tantas floraciones que he presenciado estos años aquí, todas y cada una. Qué sueño más hermoso sería el de florecer junto a otras hermanas, otras que tengan la misma oportunidad que yo. Pensar que sin ir muy lejos, abriendo un poco más a menudo nuestros ojos, la naturaleza nos regala tantas lecciones de vida si se lo permitimos
Ha sido aquí donde hemos llorado la pérdida de algunos seres queridos bajo una noche oscura, libre de abundantes y cegadoras luces artificiales.
Donde he podido acercarme un poco más a mi historia familiar, asumirla, abrazarla con todos sus errores y sus proezas, entender un poco mejor mis raíces.
Donde me he reído, enojado y sonrojado cuando algún guajirx me ha llamado la “patroncita” porque con cariño dejan entrever mi carácter de mandona, ese que se había apagado y ha vuelto a medida que he retomado mi vida en mis manos, sin saber muy bien el rumbo, pero sí clara del norte.
Es aquí donde he vivido mis primeras navidades rodeada de árboles verdes, de naturaleza verde, sin Santa Claus ni árboles de hojalata, extrañando el vin chaud del marché de Noël de París.
Aquí donde el fuego de la fogata de fin de año ha ido consumiendo con cada año los residuos de las penas y el dolor de los fragmentos de una vida pasada que se desvanece, dando lugar a esta otra que voy construyendo.
Fue aquí donde entendí que la tierra no nos necesitaba, pero nosotros sí a ella; que con un simple gesto podemos destruir el trabajo de décadas que ella lleva haciendo para regenerarse y recuperarse de las prácticas de abuso que le infligimos.
Que el cambio climático es real y me embarga un sentimiento de impotencia al respecto.
Que la cocina del plato más sencillo te llega al alma cuando los productos vienen de tu huerto, o cuando se es más consciente de las manos que se necesitaron para hacerla posible.
Que lxs campesinxs son seres plurales, más allá de etiquetas: maestros, físicos, poetas, médicxs, generadores de cambio, guardianes de la tradición, del saber popular y las semillas, músicos…
Que son tercos y humildes a la vez, y que cada vez son más viejxs y son menos… porque no se la hemos hecho fácil como sociedad desigual y extractivista.
Ha sido aquí donde he podido cerrar mis ojos y sentir cómo mis oídos se abrían y distinguían el canto de cada ave estival que nos visita.
Aquí donde aprendí que el sinsonte es el ave que imita el canto de todas las demás, y que Cuba es la exótica perla del Caribe que acoge a muchas aves migratorias y que ha sido el hogar de muchxs que escapaban del invierno largo y oscuro de sus países en busca de un poco de calor caribeño.
Donde entendí el esfuerzo que lleva producir una libra de frijol y agradecí en silencio al universo al recordar las incontables veces que mi tío-abuelo nos llevaba una porción de su cosecha cuando bajaba a Managua. Ahora soy yo la que baja a La Habana, sintiendo que llevo el más precioso tesoro conmigo.
Y así aprendí a disfrutar nuestra cultura dependiente del frijol como alimento de base y enorgullecerme de ella.
Ya son 4 veranos aprendiendo no solo a trabajar la tierra y vivir de ella, sino a cuidarla y disfrutar de sus muestras de amor.
Y aquí también ha sido donde entendí que todo, todo sabe mejor cuando es de temporada:
Que los aguacates de Tungasuk son los mejores del mundo, mi mundo, y que son uno de los alimentos más nutritivos de estas latitudes donde me tocó crecer pero no nacer.
Que la diversidad es uno de los secretos más a la luz de nuestra evolución y riqueza como seres, como especie.
Y que hay que “ser-para-sí-misma-para-vivir-con-los-otros” (Beauvoir, 1948).
No puedo decir que 4 años se han ido volando porque cada año ha sido intenso y extenso, los veranos eternos, las esperas más largas que nunca, las lluvias de mayo retardadas… así que solo puedo decir que han sido 4 años que parecieran el regalo de toda una vida de aprendizaje que se me ha brindado sin pedir mucho a cambio: mis manos, mis ganas y amor.
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